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TÉ EN LA GUERRA
En Afganistán los soldados norteamericanos han dejado de tomar café para tomar té. Es una forma de acercarse al pueblo de este pais para intentar su reconciliación. Eso sí mutismo total y alguna carcajada fueron la respuesta de varios militares de bajo rango a la pregunta: "¿Hay alguna cosa que os guste de Afganistán?". Al final, tras varios comentarios jocosos, uno suelta: "El pan que hacen aquí está muy bueno". Y otro añadió: "Y también el té".
Todos, no obstante, tienen claro que debían "respetar la cultura y las costumbres afganas". "Nos han dicho que no miremos a las mujeres", apunta uno como ejemplo. Asimismo hay oficiales que, aplicadamente, intentaban aprender dari y pashtu (las dos lenguas oficiales de Afganistán), apuntándose en un cuaderno palabras clave.
En el pueblo se ve a poca gente por la calle: tan sólo algunos niños y unos cuantos ancianos con barba y turbante, que dan la bienvenida a las tropas estadounidenses y afganas y, como es norma de hospitalidad en Afganistán, les invitan a tomar un té. Los militares norteamericanos, sin embargo, deben hacer antes su trabajo: retratan a cada uno de los ancianos, les toman fotos del iris de los ojos y las huellas dactilares. Después de eso, sí claro, hay tiempo para el té.
La bebida caliente la degustan al aire libre, al sol, y sentados en corro en el suelo. Los militares estadounidenses interrogan diplomáticamente a los ancianos sobre la presencia de los talibán en la zona. Para ello, se hacen servir de un traductor, de la misma manera que el comandante del ejército afgano. Al ser tayiko y del norte de Afganistán, Arif habla dari y tiene algunas dificultades para entender el pastún, la principal lengua en el sur del país.
Los ancianos le miran perplejos. Ante esos soldados afganos que hablan una lengua que ellos no entienden y esos militares norteamericanos con cara de niño, imberbes, que cubren sus ojos con gafas de sol y a menudo se sientan con las piernas abiertas –algo totalmente irrespetuoso en Afganistán-, tal vez los talibán no serán verdaderos musulmanes pero, sin duda, son más iguales a ellos.
Fuente: Mónica Bernabé (El Mundo)